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CC Pixabay - kalhh

¿Cómo detectar a una persona manipuladora?

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La manipulación de las personas, cuando está aderezada con crueldad, ha engendrado algunos de los episodios que más han estremecido al mundo: Hitler, Mussolini y Bernard Madoff están tras algunos de los más conocidos de la historia contemporánea. Pero no hace falta ser un dictador ni desestabilizar la economía mundial para ser un manipulador peligroso. Cada uno a su escala, lo puede ser un jefe, un amigo, un colega, un padre, un hijo… Y, aunque el manipulador suele colocar en su diana a personas inseguras y necesitadas de estima, todos podemos caer en su trampa, siempre que poseamos algún poder o valor interesante para él. Puede estar tan cerca que no es posible huir, a veces ni siquiera se puede mantener una distancia saludable, pero hay pautas para romper su influjo pernicioso.

Una persona manipuladora se presenta amigable y encantadora. Poco después, empieza a colonizar la mente de quien tiene enfrente con tejemanejes absurdos. Progresa y su comportamiento pasa a ser el de un auténtico tirano, admirado, respetado y temido. Sin apenas darse cuenta, la víctima cae en una espiral de culpa y demolición emocional. “La sensación que provoca es de intimidación, falta de libertad e inquietud. No poder obrar sin miedo a que el resultado no sea de su agrado”, advierte la psicóloga de la clínica Área Humana Cristina Mae Wood.

Sí, es cierto que podemos actuar con este tipo de enredos en un momento dado, con el propósito de cumplir un objetivo determinado, pero hay una gran diferencia entre hacerlo de vez en cuando y ser un profesional de la manipulación, algo que cumple en torno al 3% de la población, según la psicoterapeuta francesa Isabelle Nazare-Aga. ¿Pero cómo sabemos si tenemos cerca alguno de ellos?

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El catedrático de Psiquiatría José Luis Carrasco Perera, responsable de la unidad de Personalidad de Blue Healthcare nos da una pista muy clara: “Cuando puede demostrarse que, de manera habitual, suministra información a las personas de manera sesgada, parcial y engañosa con el objeto de controlar la voluntad de las mismas”.

No se trata, según el psiquiatra, de una construcción premeditada y diseñada, sino de algo que ocurre por defecto en una personalidad inmadura. “La manipulación es un recurso al engaño como forma de obtener estima y de defender un yo acomplejado y asustado que subyace en el inconsciente”, explica. Pero no hace falta indagar en lo más profundo de la psicología de un individuo para saber si es propenso a la manipulación, hay señales inequívocas que permiten identificarla.

Se hace pasar por un ser humilde y cautivador

Lo más característico -dice Carrasco- es la estrategia de mostrarse próximo a las personas y sugerirles que los otros pueden significar una amenaza. Provoca en ellos el sentimiento de ‘puedes confiar en mí y solo en mí’. La persona manipuladora debe ser cautivadora y aparentemente humilde. Frente a lo que pudiera parecer, desde el enojo y la dominación no es posible manipular”. El segundo rasgo que las delata es su habilidad para generar sentimientos de culpabilidad en el otro, mostrando un desvalimiento excesivo que, supuestamente, es consecuencia de la falta de ayuda. Así, la persona a la que pretende manipular siente que tiene un poder que no está utilizando generosamente.

A menudo es un comportamiento aprendido durante la infancia, cuando el niño se percata de que puede manejar a los adultos a su antojo y usar el chantaje emocional para su supervivencia”, subraya Mae Wood. Y debe de ser rentable, ya que no es una actitud exclusiva de los seres humanos. Según plantea un estudio publicado por investigadores del Instituto Max Planck, en colaboración con varias universidades, en la revista Journal of Comparative Psychology, los chimpancés también son capaces de mostrar una conducta similar, y chantajear al resto del grupo si con ello acceden de modo más fácil a una recompensa.

Mae Wood encuentra que esta forma irrespetuosa y agresiva de comunicación, cuyo claro es objetivo es conseguir lo que uno quiere sin tener en cuenta los deseos o necesidades de la otra persona, está presente en tres tipos de psicopatías: narcisistas, antisociales y personalidades límites. “En el primer caso -narcisismo-, el individuo, absorto en sus delirios de grandeza, belleza y poder, actúa con prepotencia, absoluta falta de empatía y creyendo que goza de más derechos que nadie. Por su parte, los antisociales manipulan de acuerdo con su temperamento impulsivo o agresivo, y sin ningún remordimiento. En las personalidades límite, la manipulación se origina en su inmadurez emocional, miedos y sensación de vacío. Pasa de la idealización extrema de su víctima a la devaluación despiadada. Sus principales armas son el victimismo, el chantaje emocional y la amenaza de suicidio”.

Desactivarse uno mismo para desarmar al instigador

“Hay que entender -explica Carrasco- que el manipulador actúa por puro egoísmo y sabe apuntar a nuestras debilidades. Su arma es la propia persona manipulada. Por eso, una vez que le hemos detectado, tenemos que desactivarnos nosotros mismos, dejar de escuchar sus emisiones, ensordecer su comunicación exclusiva con nosotros y ampliarla a otras personas. No olvidemos que la persona manipuladora necesita al manipulado lo más aislado posible”. Lo mejor es no conceder ningún valor ni a sus críticas ni a sus cumplidos. “Si tienes que comunicarte con él, usa frases cortas y difusas, mejor con tono humorístico e irónico”, añade Mae Wood. Por supuesto, uno debe ser indulgente y amable consigo mismo porque no es el culpable de la situación.

Lo principal de cualquier estrategia es, para estos expertos, impedir que el chantaje emocional nos genere culpa o malestar, y que nos controle de tal manera que acabemos actuando bajo miedo, obligación o presión. La sumisión le fortalece. “Lo peor es que, en ocasiones, actúa tan sutilmente que todo sucede sin apenas darnos cuenta, y cuando somos conscientes ya hemos modificado nuestro comportamiento”, indica la psicóloga.

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Para tomar las riendas, Wood aconseja entrenar estrategias y recursos, cambiando y gestionando la situación de manera proactiva. Esto pasa por trabajar la autoestima para sentirse fuerte y reducir inseguridades y culpas. A partir de ahí, recomienda la siguiente hoja de ruta: “Ve un paso por delante y prepara las conversaciones aprendiendo de situaciones pasadas, y centrándote en el objetivo sin dejarte enredar. Ante la agresividad o las faltas de respeto, habrá que retirar la atención, marcar límites y hacerse respetar”. En lugar de defensa, la psicóloga propone la colaboración y la asertividad: “Comunícate sin defenderte, no te disculpes, no cedas, no te rindas. Valora que puede que tenga razón. Ahí le dejarás desconcertado y sin argumentos”.

Su sugerencia es hacer uso del sentido del humor y mantenerse firme en las opiniones y decisiones, pero sin dar demasiadas explicaciones. “Cuantas menos palabras, mejor. Son muy habilidosos y cuanta más información tengan, más les facilitarás el darle la vuelta a tus criterios y mayor será la probabilidad de que te convenzan o te hagan dudar”. Una buena táctica para no doblegarse es, de acuerdo con la psicóloga, tener presentes en todo momento nuestros derechos básicos: derecho a ser tratado con respeto, a rechazar peticiones sin sentirte culpable, a expresar tus sentimientos, a cambiar de opinión, a pedir, a decidir qué haces con tu cuerpo, tiempo y propiedad, a cometer errores y responsabilizarte de ellos, a que tus necesidades sean tan importantes como las de los demás y, por supuesto, a hacer lo que quieras mientras no vulneres los derechos de otra persona. Es la regla de oro definitiva. Quizás no corregirá al manipulador, pero cambiará tu forma de estar en su mundo.

En: BuenaVida / ElPaís.com