Foto: El ilustrador Jim Davis Facebook.com/Garfield

Garfield, 40 años después

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Jim Davis creció sufriendo asma en una granja y es hoy un hombre multimillonario con un imperio de ‘merchandising’. ¿Qué sucedió entre ambos momentos? Dibujó un gato.

Si Jim Davis (Indiana, EE. UU., 1945) no terminó siendo un granjero como su padre fue gracias a sufrir asma cuando era un niño. Los frecuentes ataques respiratorios lo mantenían dentro de su casa en el pueblo de Marion, de menos de 3.000 habitantes. “La televisión no estaba en todas las casas en los años cincuenta”, contó Davis en una entrevista a la web American Profile. “Así que mi madre me daba un papel y un lápiz para que estuviese entretenido”. Un niño que se había criado en el campo se puso a dibujar, claro, caballos, gallinas y vacas. También gatos. Había muchísimos gatos salvajes alrededor de su casa. Según recordaría después, llegaron a convivir 25 a la vez en la granja.

Cuatro editoriales y periódicos rechazaron la propuesta de Davis. Los cuatro le dieron a Davis el mismo consejo: que se centrase en el gato, que era lo realmente divertido, y restase protagonismo a su dueño, Jon

El asma no era lo único que afectaba la vida del joven Jim. Esa enfermedad respiratoria lo mantenía aislado físicamente, pero su tartamudez lo mantenía aislado socialmente. Asistía a una pequeña escuela en su pueblo con solo tres clases. Una profesora, Nellie, lo ayudó a superar su tartamudez. “Me ponía las manos en la garganta y me decía: ‘Las palabras están ahí, solo tienes que dejarlas salir, una a una. Me enseñó a pronunciar primero todo en mi cabeza, a hablar despacio, y sigo esa lección actualmente”.

Cuando llegó al instituto, Jim había superado su asma y en gran parte su tartamudez, pero seguía siendo un chico débil y flaco (recuerda que pesaba unos 45 kilos). “Y aún así me dejaron jugar al fútbol durante los cuatro años que duró el bachillerato. Esa es la belleza de una escuela pequeña de pueblo, ¡puedes hacer tantas cosas!”. Posteriormente, Jim estudió artes en la Ball State University. A finales de los años sesenta se graduó. Allí, por cierto, coincidió con otro compañero de clase que también se convertiría en una leyenda de otro campo: el presentador de televisión David Letterman.

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Tras dejar la Universidad y recién comenzada la década de los setenta, Jim comenzó a trabajar para Tom K. Ryan, un dibujante que tenía su propia tira cómica de éxito desde 1965 (Tumbleweeds). Trabajando a su lado, tuvo una idea para crear su propia tira cómica: Gnorm Gnat, un juego de palabras que se podría traducir como ‘El Mosquito Norm’. Contaba las andanzas de un grupo de insectos. Envió las tiras a cientos de periódicos y editoriales, pero todos lo rechazaron sin excepción. Solo un editor acompañó el rechazo con un halago y un consejo: “Tus historias son magníficas, ¿pero insectos? ¡Nadie se puede identificar con un insecto!”. Como contaría años después al periódico británico The Guardian, Davis echó entonces un vistazo a los principales periódicos y sus tiras cómicas. “Vi muchos perros, pero ni un solo gato. Entonces pensé: ‘Oye…”. En una entrevista concedida a la web oficial de Garfield, el dibujante añadió: “Decidí tirar de mi experiencia con gatos cuando era un niño y empecé a hacer garabatos”.

Había nacido Garfield –bautizado en honor de su abuelo, James A. Garfield–, una historieta sobre la curiosa relación entre Jon, un dibujante con pocas habilidades sociales, y Garfield, su gato gordo y vago. Cuatro editoriales y periódicos rechazaron la propuesta de Davis. Los cuatro le dieron a Davis el mismo consejo: que se centrase en el gato, que era lo realmente divertido, y restase protagonismo a su dueño, Jon. Dicho y hecho. United Media, empresa ya extinta que sindicaba columnas y tiras cómicas para decenas de periódicos en Estados Unidos, compró a Davis la idea de Garfield. El 19 de junio de 1978, la primera tira de Garfield apareció en 41 periódicos. Con un sueldo ridículo y todavía siendo una promesa, dejó el trabajo en el estudio de Tom Ryan para dedicarse enteramente a su creación.

En su primera tira cómica el atribulado Jon, dueño de Garfield, se presenta ante el lector: “¡Hola! Soy Jon Arbuckle. Soy dibujante de cómics y este es mi gato, Garfield”. Garfield, como cualquier personaje dibujado, ha cambiado mucho a lo largo del tiempo. Al principio se parecía más a un gato real, pero después alguien aconsejó a Davis que le diese un giro antropomorfo a su gato: que caminase erguido y tuviese extremidades, manos y pies más grandes. Ese gran consejero fue Charles M. Schulz, creador de Snoopy. Estas características, según él, hicieron que más lectores se identificasen con Garfield y tuviese más éxito. Un éxito que pudo haberse venido abajo: tres meses después de empezar a publicarse la tira, el Chicago Sun Times, el más importante de todos los periódicos que habían apostado por él, decidió prescindir de sus historietas. Fueron las cartas y llamadas de los lectores (unas 1.300) las que consiguieron que Garfield volviese. Hoy sigue allí.

Consideraciones morfológicas aparte, todos los motivos por los que hoy Internet se ha vuelto loco por los gatos ya estaban ahí. Garfield es vago, arisco y solo le gusta comer y dormir. Convive con Odie, un perro estúpido que siempre sonríe. Su dueño es un inadaptado social, un tipo incapaz de mantener relaciones amorosas y que encuentra en su gato a una especie de psicoanalista que lo mira con desdén. Garfield reúne todo aquello por lo que la gente ama u odia a los gatos. Es egoísta, indolente, frío. Es encantador.

Uno de los experimentos más apasionantes que se han llevado a cabo con Garfield es eliminar al propio gato de las tiras cómicas. El resultado está en la web Garfield minus Garfield (o sea, “Garfield sin Garfield”). Su autor, Dan Walsh, se preguntó un día cómo sería una historieta si su protagonista desaparece. Esto deja a su dueño, Jon, hablando al vacío sobre cuestiones vitales y teniendo reacciones repentinas e injustificadas que lo dejan como alguien mentalmente inestable. Una apasionante posibilidad: ¿es Jon un loco y Garfield un gato imaginario? A Davis, lejos de disgustarle que alguien torciese de aquella manera su creación, le encantó la idea. Según el Washington Post, consideró esta versión “muy inspirada” y agradeció a Walsh por enseñarle a ver otra perspectiva de Garfield. “¿Cuánto humor –se preguntó– puedes sacar de la infelicidad de una persona?”.

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Esa es una de las mayores particularidades de Garfield. Solo Odie, el perro tonto, sonríe en esta tira cómica. Garfield está siempre dormido o molesto. Jon está siempre solo, triste y derrotado. Entre los monólogos que comparte con su gato(los bocadillos de conversación de Garfield siempre están en una nube, o sea, que piensa las cosas pero no las verbaliza y por tanto Jon no puede oírlo y se pasa su vida hablando solo) podemos encontrar líneas como las siguientes: “Siempre fracaso”; “No hagamos nada hoy”; “¿Alguna vez has conseguido algo que merezca la pena?”; “El mundo existía antes que nacieses y seguirá existiendo cuando ya no estés”; “No soy un perdedor”; “Tengo sentimientos”; “Soy patético”; “Nunca consigo nacer nada bien”; ”¿Por qué todo me va mal?”. A menudo, en la secuencia de tres viñetas que conforman la tira, Jon está sonriendo en la primera. Pero casi nunca está sonriendo en la última.

“Vivimos en un tiempo en el que se nos hace sentir culpables por comer de más, por dormir de más, por no hace el suficiente ejercicio. Garfield no solo hace todo eso, sino que se siente orgulloso”, Jim Davis.

Curiosamente, no parece haber nada de depresivo, nihilista o pesimista en Jim Davis. Al menos, en lo que deja ver en las entrevistas que concede y en cómo concibe la ternura que despierta su creación. Si el humor de sus tiras cómicas oscila continuamente entre el tormento emocional de un hombre y slapstick de las gamberradas de su gato, él solo parece hablar de lo segundo. “Me figuro que si una situación me hace reír, le hará reír a otra persona también. Solo tienes que confiar en tu intuición. Trato de no cruzar la línea del mal gusto, aunque me he acercado alguna vez. También intento ajustarme a temas que son universales: comer y dormir”, contó en su web oficial, donde responde preguntas de admiradores de forma regular. “Vivimos en un tiempo en el que se nos hace sentir culpables por comer de más, por dormir de más, por no hacer el suficiente ejercicio”, explicó a The Guardian. “Garfield no solo hace todo eso, sino que se siente orgulloso. Creo que, de algún modo, alivia nuestra culpa. Garfield es nuestro álter ego”.

Sobre esa otra dimensión que hay en Garfield y que representa a Jon como alguien solitario y triste, Jim Davis nunca se ha pronunciado. Esa parte tormentosa de Garfield es la que lo ha convertido en un autor de culto, pero su dimensión gamberra, amigable e infantil es la que lo ha hecho multimillonario. El merchandising del gato incluye series infantiles, películas infantiles, parques de atracciones, peluches, tazas, juguetes y videojuegos y sus ingresos anuales se calculan entre 750 millones de dólares (647 millones de euros) y 1.000 millones de dólares (860 millones de euros). La tira cómica –que el propio Jim Davis sigue elaborando a sus 73 años junto a un equipo en su taller de Albany, Indiana– se publica actualmente en más de 2.750 periódicos alrededor del mundo y tiene unos 200 millones de lectores diarios. Sus libros recopilatorios, según la editorial Paws Inc. (“Patas”, en castellano, propiedad del propio Davis), han vendido más de 135 millones de copias.

Jim Davis se casó dos veces (su primera mujer, por cierto, era alérgica a los gatos) y tiene tres hijos. Siempre ha tenido cuidado de que Garfield no se metiese en política ni colar en sus tiras ni un solo comentario social. Considera que el resto del periódico hace esa función. “Todo lo que está ocurriendo con la economía y la política ya es horrible y muy deprimente, así que el propósito de una tira cómica es aportar luz, decirle al lector: ‘Hey, no nos tomemos demasiado en serio”, comentó a The Guardian. Tal vez nadie mejor que un gato para eliminar cualquier rastro de política. “Un gato es el mejor anarquista”, dijo una vez un gran autor. Pero no fue Jim Davis, fue Hemingway.