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CC stevepb - Pixabay

El paracetamol cura los corazones rotos

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El dolor que provoca una ruptura amorosa es real. La manera de aliviarlo, según la ciencia, está en su botiquín.

De forma inesperada, las alarmas se disparan justo en el momento en el que su pareja sentencia: “tenemos que hablar”. La primera reacción es una implacable sensación de peligro, la falta súbita de aire.

El cuerpo se pone en estado de alerta, los músculos se tensan, el corazón late más rápido, la sangre fluye a mayor velocidad, respiramos más deprisa y nuestras pupilas se dilatan: una amenaza se cierne en el horizonte.

Estos síntomas, que en la naturaleza nos predisponen para defendernos de un peligro, duran hasta que acontece el fatal desenlace: la ruptura amorosa. En este momento se transforman en otros muy distintos, detonados por una sensación de rechazo. 

El amor está en el cerebro

Un estudio publicado en PNAS, se muestra cómo en el cerebro se activan las mismas áreas en una ruptura que cuando, por ejemplo, le cae una taza de café caliente encima. Aunque el cerebro no procesa igual el dolor emocional que el físico, las reacciones posteriores sí son muy parecidas.

¿Por qué nos afecta tanto una ruptura? La culpa la tiene la dopamina, cuenta la antropóloga Helen Fisher en su charla en TED titulada The brain in love, que alimenta todo una cadena de sensaciones gratificantes: estimula el deseo, la motivación, la voluntad y enfoca nuestros pensamientos en una dirección determinada. Y todo ello en la misma región del cerebro que se activa cuando alguien necesita su dosis de cocaína.

Es la parte que se conoce como cerebro reptiliano, encargado de las funciones más primarias, que incluye el tallo del encéfalo, donde se halla un grupo de neuronas llamadas núcleo accumbens (desde donde se segrega esta hormona) cuya estimulación produce sensaciones placenteras, algunas similares al orgasmo.

Para más inri, la oxitocina y la serotonina se alían con la dopamina creando un sentimiento de vinculación profunda con la otra persona y la vasopresina, por su parte, también llamada «hormona de la monogamia», refuerza el sentimiento de familia, favorece el quedarse con tu pareja y no largarse en busca de otras nuevas.

«Mientras que la testosterona pide irse de marcha, la vasopresina prefiere quedarse en casa», decía Theresa Crenshaw, sexóloga y autora de The Alchemy of Love and Lust (La alquimia del amor y la lujuria). Cuando todo ese fluir de pasiones se rompe bruscamente, la parte del cerebro que las alimentaba con fervor tiende, durante un tiempo, a reavivar aún más ese fuego, en lugar de disminuirlo.

Y sí, eso duele de verdad. Lo bueno es que, con o sin paracetamol, la desazón tampoco dura para siempre.