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¿Por qué yo no consigo adelgazar?

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Quién no tiene un compañero de trabajo, un amigo o una pareja que no sabe lo que es cenar una ensalada, merendar fruta o saltarse el postre por necesidad. Son esas personas que comen sin mesura y, con los carrillos llenos y enfundadas en sus tallas diminutas, sueltan esa frase que el interlocutor siente como un arañazo en la cara: “A mí es que no me engorda nada”. Existen, no son un mito, del mismo modo que existen los otros, a los que perder tres kilos les cuesta un sinfín de sacrificios –por no hablar de lo rápido que después los recuperan–. Pongamos que ambos tipos de persona habitan el mismo planeta y van al gimnasio los mismos días a la semana, ¿a qué responde semejante desigualdad?

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Parte del enigma se encuentra tras una sentencia que te será familiar: “Tengo el metabolismo rápido“, dicen a menudo los bendecidos por la varita del bufé libre. Y no van desencaminados. Bartolomé Burguera, presidente del Instituto de Endocrinología y Metabolismo de la Clínica Cleveland, en Cleveland, Ohio (EE UU), recuerda que la tasa metabólica basal (las calorías que el cuerpo quema en reposo a causa del funcionamiento de sus órganos) supone el 75% del gasto energético en sujetos sedentarios, o el 60% en el caso de aquellos que hacen ejercicio con frecuencia. “Una persona con una mayor tasa metabólica basal puede comer 300 calorías extra [100 gramos de patatas fritas, dos porciones de pizza o un paquete de galletas] sin ganar peso”, anota.

Núria Vilarrasa, especialista en Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario Bellvitge (L’Hospitalet de Llobregat, Barcelona) y coordinadora del Grupo Obesidad de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), enumera los factores que contribuyen a la aceleración: “A mayor masa magra o muscular, mayor es el gasto energético en reposo. Determinados periodos de la vida, como la infancia, la lactancia o el embarazo también aumentan la tasa metabólica basal, que se reduce con el envejecimiento. Episodios de fiebre podrían dispararla, así como una glándula tiroidea muy activa”. Este último trastorno recibe el nombre de hipertiroidismo y, aunque sí está asociado a una pérdida de peso, su prevalencia es baja, recuerda Ramón de Cangas, dietista-nutricionista de la Academia Española de Nutrición y Dietética: solo entre el 0,3% y el 1% de la población general padece esa secreción excesiva de hormonas que acelera el metabolismo. Del mismo modo, no se puede culpar al hipotiroidismo (cuando la tiroides no produce las suficientes para el funcionamiento normal del cuerpo) de una ganancia de peso relevante, “pues habitualmente esa ralentización del metabolismo suma solo entre 2 y 5 kilos”, apunta la doctora Vilarrasa.

La lotería del ADN

Hay cinco factores que, según el investigador especializado en obesidad Claude Bouchard, predisponen al sobrepeso:

1. Poca masa muscular.

2. Falta de ejercicio.

3. Bajos niveles de testosterona.

4. Tardar más en saciarse debido a las hormonas.

5. Que el cuerpo genere más energía a partir de la glucosa y no de la grasa.

De estos, los dos primeros se pueden regular pagando religiosamente la mensualidad del gimnasio -ojo, el primer mes no se nota gran cosa-. (Y es el único modo seguro que avala la ciencia para acelerar el metabolismo, aunque si ya peina canas, no espere milagros, “pues de los 25 a los 75 años, tendemos a perder, gradualmente, 11 kilos de músculo a cambio de 12 de grasa”, afirma Ramón de Cangas, doctor en Biología Funcional y Biología Molecular de la Universidad de Oviedo).

El tercer factor, que afecta negativamente al tejido magro, “debe ser evaluado de forma individual por el médico, que administrará, en caso de que sea necesario, un tratamiento de reemplazo con testosterona”, aclara Burguera, quien dicta algunas de las causas que conducen a este déficit: estrés, alcohol, edad avanzada, apnea del sueño o consumo de opiáceos y esteroides. De los otros dos puntos, olvídese: hay poco que pueda hacer. Algunos organismos, simplemente, trabajan mejor el exceso de comida que otros.

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Habla De Cangas: “Un estudio clásico de Claude Bouchard es el mejor ejemplo para visualizar que la genética influye en la facilidad o no para perder o ganar peso. En esta investigación se le dio un aporte extra de 1.000 kilocalorías a gemelos genéticamente iguales durante 84 días. El aumento de peso, aunque no exactamente igual, fue similar entre hermanos, pero al comparar a las parejas de gemelos se vio que había diferencias importantes [entre 4 y 12 kilogramos]”. Posteriormente, continúa el dietista-nutricionista, numerosos estudios han relacionado ciertas variantes genéticas con diferentes respuestas a la dieta: “Por ejemplo, la interacción del gen APOA5 con las grasas ingeridas hace que algunos individuos no se beneficien de su reducción. Y se han descrito variantes del gen PLIN que provocan que algunas personas sean más resistentes a perder peso con la restricción calórica”.

En: BuenaVida / ElPais.com