En un mundo donde la perfección física se ha convertido en un estándar impuesto por redes sociales, filtros y celebridades, cada vez más personas caen en la obsesión por “arreglar” su cuerpo.
Pero, ¿qué ocurre cuando esa necesidad va más allá de un simple cambio estético? Aquí entra en juego el Trastorno Dismórfico Corporal (TDC), una condición psicológica grave que puede llevar a una verdadera adicción a las cirugías plásticas.
El TDC es un trastorno mental reconocido por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), en el que una persona se obsesiona con defectos físicos que son inexistentes o apenas perceptibles. Estas ideas pueden volverse tan intensas que afectan la vida social, laboral y emocional del paciente.
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Según un estudio publicado en la revista CNS Spectrums, realizado por Phillips et al. (2006), hasta el 15% de los pacientes que se someten a procedimientos estéticos presentan síntomas de TDC, sin embargo, muchos no son diagnosticados ni tratados adecuadamente, y en lugar de buscar ayuda psicológica, recurren al quirófano una y otra vez.
Aunque la adicción a las cirugías plásticas no está reconocida oficialmente como una adicción en el sentido clínico, el comportamiento que implica una búsqueda compulsiva de procedimientos estéticos se asemeja bastante a otras adicciones.
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Quienes la padecen sienten una necesidad constante de corregir partes de su cuerpo, a pesar de los riesgos, del dolor y de las consecuencias. La revista Aesthetic Surgery Journal publicó un artículo (Crerand et al., 2006) en el que advierte que los pacientes con TDC rara vez están satisfechos con los resultados quirúrgicos, y tienden a buscar nuevas intervenciones como una forma de lidiar con su ansiedad o inseguridad. El problema no es físico: es mental.
La presión por mantener una imagen perfecta no solo afecta a personas comunes. Numerosas celebridades han sido noticia por sus transformaciones extremas, muchas veces impulsadas por estándares inalcanzables de belleza:
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Estos casos no son simples “excesos de vanidad”. Muchos expertos los vinculan con trastornos como el TDC, influenciados por la presión mediática y la falta de intervención psicológica.
Cuando la belleza se vuelve peligrosa lo más alarmante de esta problemática es que muchas veces se esconde bajo el discurso de “autoamor” o “libertad estética”. Aunque no todas las personas que se realizan cirugías estéticas padecen TDC, es fundamental hacerse una pregunta clave: ¿me opero para sentirme mejor conmigo misma o para encajar en lo que otros esperan de mí?
El National Institute of Mental Health (NIMH) ha señalado que los tratamientos más efectivos para el TDC son la terapia cognitivo-conductual (TCC) y, en algunos casos, la medicación. Pero lamentablemente, muchos pacientes terminan en la camilla de cirugía antes que en una consulta psicológica.
Por Sara Flórez
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