El estrés es la respuesta natural de nuestro cuerpo y mente ante situaciones que percibimos como desafiantes o amenazantes. Es esa sensación de “alerta roja” que nos acelera el pulso, tensa los músculos y pone a trabajar nuestra cabeza a mil por hora.
Un poco de estrés puede servirnos para concentrarnos y rendir mejor, pero cuando se vuelve constante o muy intenso, aparece la fatiga, la irritabilidad, dolores de cabeza y hasta problemas para dormir.
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¿Cómo reconocerlo?
– Cambios en el estado de ánimo: te sientes más irritable o triste sin razón aparente.
– Síntomas físicos: tensión muscular en cuello y hombros, palpitaciones, molestias estomacales.
– Dificultad para desconectar: la mente no deja de dar vueltas a pensamientos negativos o preocupaciones.
Claves para manejarlo
1. Respira con conciencia
Cuando notes la presión subiendo, detente un instante: inhala lenta y profundamente por la nariz, retenlo un par de segundos y exhala despacio por la boca. Repetirlo cinco veces te ayuda a recuperar la calma al instante.
2. Muévete
El ejercicio libera endorfinas, las “hormonas de la alegría”. No hace falta un maratón: con 20 minutos de caminata, bicicleta o tu baile favorito, cariño contigo mismo, liberas tensiones y le das un respiro a tu mente.
3. Organiza tu tiempo
Una lista simple de tareas diarias y descansos programados (aunque sean cinco minutos) reduce la sensación de caos. Prioriza lo urgente, delega cuando puedas y sé realista con lo que alcanzas en el día.
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4. Desconecta de pantalla
Fija un horario sin móvil ni redes sociales. Leer un libro, escuchar música suave o charlar cara a cara con un amigo son desvíos saludables que recargan tu energía.
5. Busca apoyo
Hablar con alguien de confianza, un amigo, familiar o terapeuta, puede ayudar a aligerar la carga emocional. A veces, poner palabras a lo que sentimos es el mejor primer paso para entendernos y encontrar soluciones.
El estrés no es nuestro enemigo si aprendemos a escucharlo y regularlo. Con pequeños gestos diarios podemos transformarlo en nuestro aliado, manteniendo el equilibrio entre exigencia y bienestar.
Por: Sara Flórez
