
Está el “compinche”, ese amigo con el que compartíamos el pupitre, los recreos y probablemente más de una travesura, era con quien conspirábamos para copiar en un examen o para escapar de alguna clase.
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Luego está el “ñoño”, el genio del salón, al que todos buscaban antes de una exposición o el parcial de matemáticas, aunque a veces parecía distante, siempre terminaba explicando lo que no entendíamos con paciencia.
No puede faltar el “rebelde”, el que desafiaba las normas, llegaba tarde a clases, hacía chistes sarcásticos y, por alguna razón, siempre era popular. Su valentía para enfrentarse a los profesores nos fascinaba, aunque a veces terminaba en la oficina del coordinador.
El “payaso del salón” también es un clásico, este amigo tenía el talento de convertir cualquier momento en algo divertido, incluso en plena clase, era el alma de las izadas de bandera y los eventos escolares.
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Y por supuesto, estaba el “confidente”, ese amigo al que le contábamos todo: desde el primer amor, hasta los miedos más profundos, era un refugio emocional en medio del caos que llegó ser la adolescencia.
Hoy, quizás muchos de esos amigos tomaron caminos distintos, pero los recuerdos compartidos en los pasillos del colegio siguen vivo, porque fueron ellos parte esencial de quienes somos hoy.
Por Natalia Miranda