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Con el paso de los años, Tito se convirtió en una de las grandes voces de la salsa latinoamericana. Su talento era indiscutible, su carisma inigualable y sus presentaciones inolvidables. Pero detrás del éxito había un hombre atrapado por sus vicios, por una vida que lo desbordaba y que, poco a poco, lo alejaba de lo que realmente importaba: su familia, y sobre todo, su hijo.
Ese niño que lo esperaba con ilusión sufría cada vez que su padre prometía asistir a un acto escolar y no aparecía. Imagina la escena: el uniforme impecable, los nervios del momento, la mirada perdida buscando entre el público… y la ausencia que duele más que cualquier regaño. Tito no llamó, no explicó, y el silencio se volvió costumbre.
Los años pasaron, y la vida le presentó una de las pruebas más duras: su hijo fue diagnosticado con cáncer terminal. Aquello que más temía llegó justo cuando él estaba intentando dejar atrás las drogas y los excesos.
Durante los últimos cuatro meses de vida de su hijo, Tito no se separó de su cama ni un solo día. Estuvo allí, abrazando su culpa, intentando reparar con presencia los años de distancia. Pero ni su compañía ni su arrepentimiento podían borrar el peso de lo vivido.
La última noche, antes de que su hijo se durmiera para siempre tras una sesión de quimioterapia, Tito escribió una frase que quedó grabada en su historia y en la memoria de sus fans:
“Y si al haberte despertado esta mañana, Dios, escuchas mi voz… te pido que seas bienvenida, vida nueva.”
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A veces no entendemos las señales que nos da la vida, porque la vida no se hizo para entenderla, sino para amar a quienes nos acompañan en el trayecto.
Viajamos al año 2004, donde las lágrimas acompañan la voz de un padre que aprendió, quizás muy tarde, el valor del amor.
Escuchamos a Tito Nieves, y esta es su historia… “Escribe esta historia para contarla.”
Por: Sara Flórez