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CC Monfocus - Pixabay

El secreto oculto de la proteína que se consume en gimnasios

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La proteína en polvo o en barra se ha convertido en uno de los grandes filones de la industria asociada al deporte. El 56% de los españoles que acuden a un gimnasio reconoce haber consumido alguna vez suplementos ergonutricionales, según el profesor Antonio Sánchez Oliver, de la Universidad de Granada.

José Miguel Martínez Sanz, profesor del departamento de Nutrición de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad de Alicante, afina el dato: el 57,14% reconoce tomar cafeína, aminoácidos y creatina; el 47,61%, simplemente proteínas.

“Buscan, sobre todo, mejorar el rendimiento deportivo, más energía y masa muscular. Muchos los toman, incluso, porque sus oponentes lo hacen, para estar al mismo nivel. Y la principal fuente de información es el entrenador: solo uno de cada tres lo consulta con un dietista-nutricionista“, añade.

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¿Y qué justifica esa imagen del deportista saliendo del gimnasio sorbiendo un batido de grandes dimensiones? Una ecuación simple: si para crear masa muscular o reparar la que se destruye durante el ejercicio hace falta ingerir proteínas en forma de alimentos, hay dos opciones. La primera es llevarse la tortilla a la francesa al gimnasio y engullirla nada más terminar de entrenar.

La segunda, asegurársela con un batido instantáneo. ¿Y por qué tanta prisa? Hay que aprovechar la ventana metabólica, ese precioso período de entre 30 minutos a las dos horas posteriores al entrenamiento en el que el organismo absorbe como agua de mayo los nutrientes para repararse.

Un poco de agua, una medida de proteína en polvo, agitar en el shaker (bidón con colador para sortear los grumos) y listo. O así debería ser.

Pero en Biología Humana dos y dos no siempre son cuatro. Que dos individuos entrenen al mismo nivel no significa que se recuperen igual. Incluso con el mismo batido. No todos tenemos la misma facilidad para convertir esas proteínas en músculo. “Cada individuo tiene una capacidad anabólica diferente.

Depende de su perfil hormonal (sobre todo, de hormonas sexuales y de crecimiento), de su predisposición genética (existen variantes que nos hacen más proclives a hipertrofiar), de con qué otros alimentos se ingieran (con carbohidratos estimula la respuesta de la insulina, facilitando que los aminoácidos entren en la célula muscular) y de la capacidad intrínseca del músculo para sintetizar sus propias proteínas desde los aminoácidos (que viene regulada por un complejo de mecanismos de acción), entre otros factores”, advierte el profesor Helios Pareja-Galeano, investigador de la Universidad Europea de Madrid.