Los villancicos son, sin duda, la banda sonora oficial de la Navidad. Sin embargo, su historia comenzó mucho antes de asociarse con pesebres, luces y celebraciones religiosas. Su origen se remonta a la Edad Media, cuando estos cantos no tenían nada que ver con el nacimiento de Jesús.
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La palabra villancico viene de “villano”, nombre que se daba en la época medieval a los habitantes de las villas o aldeas. Eran canciones populares creadas y cantadas por campesinos, enfocadas en temas cotidianos: el trabajo en el campo, historias amorosas, celebraciones locales y aspectos de la vida común.
Estos primeros villancicos eran composiciones sencillas, con melodías fáciles de recordar y letras en lengua romance, no en latín. Precisamente por su carácter accesible se extendieron rápidamente por toda la península ibérica.
Entre los siglos XV y XVI, los villancicos pasaron de ser cantos informales a piezas musicales interpretadas también en la corte. Con el tiempo, la Iglesia los adoptó y les dio un giro espiritual: nacieron así los villancicos religiosos.
Aunque inicialmente se usaban en distintas festividades litúrgicas, fue en la Navidad donde encontraron su espacio definitivo. La temática cristiana se integró a sus letras, y la estructura musical se volvió más compleja, incorporando coros y armonías.
Durante la colonización española, los villancicos cruzaron el océano y se establecieron en países de América Latina, donde tomaron nuevos ritmos, instrumentos y acentos. En México, Colombia, Perú o Venezuela, estas canciones se mezclaron con expresiones musicales locales, creando versiones únicas que se mantienen vivas hasta hoy.
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Con el paso de los siglos, la palabra villancico quedó asociada casi exclusivamente a la Navidad. Su esencia, sin embargo, conserva ese origen popular y festivo que los vio nacer: música cercana, alegre y llena de tradición.
Hoy los villancicos siguen siendo un símbolo de unión familiar y celebración cultural, recordándonos que la Navidad también se canta desde la historia.
Por: Sara Flórez
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