
El problema no es solo que se use el teléfono hasta tarde, sino lo que ocurre mientras intentamos dormir con él cerca. La exposición a la luz azul de la pantalla y la estimulación mental que generan los contenidos alteran la manera en que el cuerpo regula el sueño. Con el tiempo, esto puede traducirse en fatiga, dificultades de concentración y hasta problemas más serios si la falta de descanso se vuelve crónica.
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De acuerdo con la Sleep Foundation, la luz azul emitida por las pantallas suprime la producción de melatonina, la hormona que indica al cuerpo que es hora de dormir. Cuando los niveles de melatonina bajan, conciliar el sueño toma más tiempo y los ciclos de descanso se vuelven irregulares.
Además, el simple hecho de revisar mensajes o redes sociales en la cama mantiene al cerebro en estado de alerta. En lugar de relajarse, la mente sigue activa, lo que genera un sueño más ligero y menos reparador. Y como si fuera poco, las vibraciones, llamadas o notificaciones en mitad de la noche pueden fragmentar el descanso sin que la persona siempre lo note.
Los especialistas en sueño coinciden en que la mejor práctica es limitar el uso del celular antes de acostarse. Lo ideal es dejarlo a un lado al menos una hora antes de dormir y sustituir ese tiempo por actividades relajantes como leer, escuchar música suave o practicar ejercicios de respiración.
Otra recomendación es mantener el teléfono lejos de la cama, por ejemplo, en un escritorio o en otra habitación, para evitar la tentación de revisarlo. Activar el “modo nocturno” o “modo avión” también ayuda a reducir la exposición a la luz azul y a minimizar interrupciones durante la noche.
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Dormir bien es una necesidad básica, no un lujo. Descansar profundamente favorece la memoria, el estado de ánimo, la concentración y el sistema inmunológico. Por eso, pequeños cambios como alejar el celular de la cama pueden marcar una gran diferencia. No se trata de abandonar la tecnología, sino de usarla de forma más consciente para proteger lo más importante: la salud y el bienestar diario.
Por: Estefanía Serna